viernes, 16 de abril de 2010

EL PORTAL DE LOS PLATEROS EN LA PLAZA PÚBLICA DE LLERENA


(Publicado en la Revista de Feria y Fiestas, Llerena, 2006)


 LA PLAZA MAYOR DE LLERENA
       En el Otoño de 2003, durante el desarrollo de las IV Jornadas de Historia en Llerena tuvimos la oportunidad de escuchar una ponencia sobre las plazas mayores de España y de América latina a cargo de don Antonio Bonet Correa, uno de los más significados especialistas en la materia, que ésta es la tónica seguida por los organizadores de las citadas jornadas a la hora de seleccionar sus ponentes, circunstancia que desde estas páginas una vez más hemos de reconocer y agradecer. También hemos de agradecer a Bonet su valentía a la hora de aproximarse a la historia de Llerena (circunstancia no habitual entre los otros importantísimos historiadores que cada año nos explican parte de sus dilatadas investigaciones)  dedicando una buena parte de su intervención a nuestra Plaza Mayor, en un intento de acomodarla a su interesante tesis sobre las plazas mayores castellanas y americanas.
        Pues bien, en su intervención, a la que sin duda debió preceder una visita a nuestra Plaza Mayor, Bonet Correa se debatía sobre dos posibles hipótesis a la hora de encuadrar su diseño, interpretando que se parecía más a las de la América latina que a las castellanas. En ambos casos se trata de plazas porticadas o, como aquí decimos, con soportales. Pero mientras que las castellanas respondían a un esquema que tendía o se aproximaba a un rectángulo, uno de cuyos lados cortaba el paso y tapaba total o parcialmente el templo más significado de la villa o ciudad en cuestión, en un claro intento de separar y diferenciar lo divino de los profano, en el caso de las plazas de la América latina uno de los laterales quedaba exento de soportales y daba paso y vistas a un templo que parecía presidir la plaza y todo lo que en ella se emprendía.
        Y es esta última distribución la que observó Bonet en su visita a Llerena, por lo que, sin manifestarse con claridad, parecía declinarse por la hipótesis de que la Plaza Mayor de Llerena pudiera seguir el diseño americano, en una especie de efecto rebote, que éste fue el término que empleó en su exposición cuando defendía la tesis de que el diseño de las plazas de la América latina copiaba parcialmente el de las castellanas y, a su vez, la de Llerena pretendía reproducir el esquema de las americanas. Por ello, durante el coloquio que siguió, aparte felicitar y agradecer su intervención, me sentí en la obligación de advertirle que nuestra plaza primitivamente respondía al esquema de las plazas castellana, según él mismo había descrito, pues delante del antiguo templo de Santa María de la Granada habían existido unos soportales, los de la Iglesia Mayor, derruidos al mismo tiempo que el antiguo templo en la segunda mitad del XVIII, para dar paso y mayor amplitud a la construcción del actual templo parroquial, que se anexionaba el espacio ocupado por dichos soportales.
        Casi tres años después parece conveniente retomar este asunto, una vez releídos los ya clásicos trabajos de Antonio Carrasco (1) y Pilar de la Peña (2), recordando las tesis de estos ilustres investigadores sobre los soportales y su encuadre en el contexto arquitectónico de nuestra Plaza Mayor, tesis olvidada o mal interpretada en algunas ocasiones, como en el caso que nos ocupa.
        Por estas circunstancias, me complace sacar a relucir los argumentos expuestos por Antonio Carrasco García en su documentado estudio, donde habla de una primitiva plaza de superficie sensiblemente menor en la actualidad e insuficiente para acoger el importante mercado semanal que cada martes se celebraba en Llerena, tras el privilegio concedido por doña Juana “la Loca” al licenciado Zapata.  Por ello, el concejo, representado por los gobernantes de turno, tomó la decisión de ampliarla a finales del XVI, incorporando a la misma el espacio ocupado por una serie de casas fronterizas en su costado oriental, así como la calle trasera inmediata (la Calleja de los Toros), lugares hoy ocupado por parte del actual Ayuntamiento, el portal de Morales (otras veces citado como de la Pescadería, de la Alhóndiga, de la casa de Zurbarán o de la Fuente) y la circunvalación inmediata al recinto cercado de nuestra plaza.  Tanto Carrasco como de la Peña bautizan a este espacio añadido con el nombre de Pezón de la Plaza.
        Para dicha ampliación fue preciso que el concejo expropiara las viviendas afectadas, entablando negociaciones con sus dueños y con la propia  Corona, en cuyas manos quedaba dar la oportuna autorización para que la villa pudiera hipotecar sus bienes concejiles y abordar así los gastos de expropiación y la consiguiente obra pública. De estas negociaciones, y de los documentos notariales implicados, nos da Carrasco la oportuna y clara referencia, junto a las obras necesarias para emprender la construcción de los soportales del lado septentrional, es decir, los llamados indistintamente del Pan, de la Cárcel, de las Tiendas o de las Boticas, hoy conocido como los de la Casineta.
        Y en estas averiguaciones se expande Carrasco, pues su objetivo era abordar las obras de ampliación y remodelación de la antigua plaza. No obstante, en el último párrafo de la página 22, advierte al lector de la existencia del Portal de la Iglesia Mayor, según el siguiente texto:
Antes de la reforma de 1587 (Fig. 2) la plaza no ofrecía el aspecto ni la amplitud de hoy. En un lado, la fábrica gótica de la iglesia primitiva cubría su fachada con unos portales y, sobre ellos, una arquería corrida con veinte huecos, con barandillas de hierro, que debieron ser semejantes a los actuales. Portales y arcos que la villa edificó para sí, en virtud del patronato que tenía sobre dicha iglesia.

        Si el Sr. Correa, y la propia Cristina Esteras, hubiesen reparado en la cita anterior, adoptarían otra interpretación distinta a la defendida. Al parecer se dejaron influir por las figuras 2 y 3 que representa Carrasco, en las cuales olvidó de dibujar los referidos soportales que, para mayor concreción, me he permitido sombrear sobre la figura aludida y presentada por el citado autor en las páginas 23 y 35. 
        Por lo que hemos podido indagar, Carrasco conoce de la existencia de los soportales de la Iglesia Mayor por el Libro de Razón de Cristóbal de Aguilar (3), redactado por este escribano de Llerena en 1667, cuyo texto representa la segunda gran crónica de la ciudad, justo detrás de la escrita por el licenciado Morillo de Valencia sobre 1640 (4).  En efecto, siguiendo a Cristóbal de Aguilar, Carrasco se recrea en la descripción de los numerosos eventos festivos que se desarrollaban en el marco de la plaza, dando detalles sobre los soportales de la Iglesia Mayor, de los corredores situados sobre los mismos y de la distribución y reparto de los arcos entre autoridades civiles y religiosas con motivo de los distintos eventos festivos y religiosos que se celebraban en la ciudad:
...se hace el convite al Tribunal de la Inquisición, al que se reservan los siete primeros arcos altos de los corredores de la Iglesia Mayor...; el octavo se reserva al Provisor; el noveno al cura más antiguo de la Iglesia Mayor; el décimo al más moderno; el undécimo, al cura de Santiago; del duodécimo al décimo octavo se reservan para los regidores, por sus antigüedades; el decimonoveno y el vigésimo, los últimos, se dejan para los restantes clérigos de la Iglesia Mayor.

        Por su parte, Pilar de la Peña llega a las mismas conclusiones que Carrasco, tomando como referencias las noticias de las visitas a Llerena de los funcionarios de Orden de Santiago. La primera referencia que nos ofrece sobre el Portal de la Iglesia Mayor corresponde a finales del XV, concretamente la toma del libro de visitas de 1498 (AHN, Sec. OO. MM., lib. 1102C), donde hablaban de dos portales alrededor de la iglesia, cubiertos de su madera y tejas, uno abierto a la Plaza y el otro a la plazuela de San Juan, este último, como también relata la referida autora, cerrado en 1689 por decisión del cabildo municipal, en atenzión de estar abierto dicho portal se hazen muchas yndezencias y se escusan lances pecaminosos (5).
        La visita de 1575 (AHN, Sec. OO. MM., Lib. 1012C) nos ofrece datos complementarios. Nos referimos a ciertos mandatos mediante los cuales los visitadores prohibieron la venta  de mercaderías ruidosas y poco conveniente para el normal desarrollo del culto que se llevaban a cabo en los soportales anexos al templo, indicando que a partir de entonces sólo debían dedicarse al comercio de libros y de metales preciosos, de donde parece conveniente rebautizar a dichos soportales como de los Libreros o Plateros.
        Resuelto el equívoco sobre nuestra plaza, para lo cual, como se ha dejado constancia, se sigue fielmente la descripción y opinión de Antonio Carrasco y Pilar de la Peña, convendría, por añadir algo, comentar el aspecto del cuarto flanco de nuestra Plaza Mayor, el occidental, del que poco o nada se sabe. En principio, precisamente por la ausencia de información tras los numerosos estudios realizados sobre la ciudad de Llerena, hemos de aceptar que dicho costado (el ocupado actualmente por  las tiendas de Alor y una entidad bancaria) nunca estuvo porticado, y es ésta la hipótesis que desde aquí se defiende.
        El principal argumento, teniendo en consideración el peso de la ausencia de información indicada, se sostiene por el hecho cierto de que en 1587, cuando definitivamente se abordó la remodelación de la plaza que describe Carrasco, las casas que daban al flanco occidental pertenecían a don Luís Zapata de Chaves, preso por aquellas fechas en la torre de Valencia de las Torres con la anuencia de Felipe II, su antiguo condiscípulo y cómplice en múltiples aventuras juveniles. En realidad, convendría matizar que las mencionadas casas no eran propiedad de don Luís, sino de su mayorazgo, que es algo bien distinto. Es decir, el uso y usufructos les pertenecían, pero también la obligación de transmitir la propiedad a su sucesor en el mayorazgo; es decir, las casas en cuestión eran inalienables por ley, la de los mayorazgos, en cuya redacción precisamente intervino otro importante llerenense, el licenciado Luís Zapata, abuelo de don Luís Zapata de Chaves. Si hubieran sido de la libre propiedad y disposición de don Luís, el concejo hubiese podido expropiarlas y completar el porticado de la plaza, como hizo con las casas ubicadas en el Pezón ya referido. No obstante, don Luís tenía la posibilidad de soslayar la legalidad vigente y vender las referidas casas al concejo, siempre que invirtiese su importe en comprar otros bienes raíces para su mayorazgo, circunstancias que no se dio ante el desencuentro que el famoso escritor tenía con la oligarquía llerenense, más inclinada por el poderoso Felipe II que con el arruinado don Luís en las disputas y discrepancias que ambos personajes habían mantenido (6). La mejor prueba del poco aprecio que la oligarquía local mostraba por don Luís la encontramos en el propio Morillo de Valencia, regidor perpetuo, miembro de una poderosa familia de la ciudad y autor de su primera crónica, que no tuvo reparo alguno al omitir a don Luís en la lista de ilustres hijos de Llerena, cuando, como la historia ha demostrado, el escritor hizo sobrados méritos para encabezarla.
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1 CARRASCO GARCÍA, A. La Plaza Mayor de Llerena y otros estudios, Valdemoro, 1985.
2 PEÑA GÓMEZ, Mª del P. Arquitectura y urbanismo de Llerena, Cáceres, 1991.
3 AMLl, leg. 565,car. 40.
4 MORILLO de VALENCIA. Compendio o laconismo de la fundación de Llerena. Edición de CESAR del CAÑIZO, en Revista de Extremadura, Badajoz, 1889.
5 PEÑA GÓMEZ, Mª P. ob. cit., pág. 93.
6 MALDONADO FERNÁNDEZ, M. “Don Luis Zapata de Chaves, III Señor del Estado de Çehel de las Alpujarras y de las villas de Jubrecelada (Llerena), Ulela y Ulula”, en Revista de Estudios Extremeños, pp. 901-1.029, Tomo LVIII, Badajoz, 2002.

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